La Novia Equivocada Novela de Day Torres

CAPÍTULO 88



CAPÍTULO 88

JUEGOS DE SEDUCCIÓN. CAPÍTULO 5.

No voy a dejar que escapes... Hagamos una aclaración válida: Rex Lanning tenía un corazón enorme. Amaba, amaba mucho, solo que jamás se había enamorado de una mujer. Había sido así desde que era muy joven, por suerte o por desgracia era bien parecido, así que chicas que asaltaran su cama era lo que le sobraba. Content held by NôvelDrama.Org.

Tampoco intentaba justificar con eso su modo de ser, simplemente era una decisión de vida no tener relaciones serias. Y de repente llegaba aquella mujer, que quería exactamente lo mismo que él, y era exactamente como él, y que no le pedía nada... y era él el que quería mucho más de ella.

Abby levantó la vista y arrugó el ceño cuando sus miradas se encontraron.

Dejó el juego de billar y Rex dejó la cerveza para acerarse a ella.

– Ni esperes que voy a darte la oportunidad de llevártela esta noche – le gruñó a Connan antes de abandonar la barra.

Todavía parecía un objeto anacrónico en aquel bar, vestido de traje, pero no le importaba, no le importaba nada que no fuera ella. –¿Qué haces aquí, Rex? —preguntó Abby, y no había ni una sola gota de acusación en su voz, como si le diera igual verlo o no.

–Te dije que quería terminar esta noche contigo, y lo dije en serio –respondió él con voz ronca.

–Entiendo, pero ya te dije que no hago tríos. –¡Yo no te estoy pidiendo...! ¡Abby, ellas no son...! – Pero en ese momento la mirada perspicaz de la mujer frente a él lo hizo callarse, porque cualquier excusa que saliera de su boca sería una mentira.

– Escucha, las cosas no son en blanco y negro –dijo ella acariciando su mejilla con un gesto suave–. La realidad es que tú eres un mujeriego. Te acuestas con una, o dos, o tres mujeres cada noche y solo

es sexo. ¡Buen sexo me imagino o de lo contrario la histérica influencer no me habría arruinado la exposición! – Los dos rieron y Rex sintió una extraña opresión en el pecho–. No estoy juzgando tu modo de vida, y mucho menos te estoy pidiendo que lo cambies, simplemente no quiero que me hagas parte de él... al menos no esta noche. Rex hizo una mueca de impotencia, porque por primera vez en su vida estaba odiando ser Rex Lanning.

–¿Entonces vas a irte con él? – siseó señalando a Connan con la cabeza y ella se encogió de hombros.

–Es lindo.

– Dice que eres una come–hombres que jamás entregará su corazón. –¡Y con los pies bien puestos sobre la tierra! ¡Wow, no me lo vendas más, ya me convenciste! – rio ella y de repente Rex la acercó a él con firmeza, tomando su barbilla con una mano para mirarla a los ojos.

–No voy a dejar que eso pase.

—¿Y qué vas a darme a cambio?–lo increpó ella con seriedad –. Déjame adivinar, Rex. Me vas a llevar al mejor hotel de la ciudad, me vas a follar en todas las posiciones del kamasutra y te vas a escapar de madrugada como un cobarde porque no sabrías ni siquiera qué decirme si es que por error llegaras a despertarte conmigo. –Rex se tensó ante aquellas palabras Excelente estrategia... pero no, gracias. –Abby, no es así, no te quiero solo para acostarnos una noche.. –¿Para dos? —replicó ella con sorna—. ¿Tres? ¡Vaya! ¿Cuatro? –¡Abby! ––Escucha, cariño –suspiró ella apartando sus manos. Quizás no las conozcas muy seguido, pero hay mujeres que elegimos bien lo que queremos comernos, y la verdad es que tú no tienes mucho para ofrecer. Un momento de placer es agradable, pero no trascendental. Y yo ya no permito en mi vida nada que no sea trascendental. Estoy seguro de que eres un buen hombre – le sonrió con sinceridad—, pero también eres un tigre, te gusta sumar rayas, y yo no soy la raya de nadie. Las marcas las hago en la cabecera de mi propia cama... o no las hago.

Se desprendió de su abrazo y Rex la vio alejarse hacia la zona de los sanitarios. Se encaminó a la barra y se sentó, mesándose los cabellos con impotencia, cuando vio una nota escrita en una servilleta junto a su cerveza:

“Las oportunidades no se esperan, se toman, idiota“. (1

Rex se puso lívido, buscó a Connan con la mirada pero no fue capaz de verlo en ningún lado, y su cerebro solo pudo imaginar al greñas escabulléndose y tirando de la mano de Abby para levársela del bar. Sintió que rabia lo invadía, y le adrenalina le corría por las venas como si estuviera justo en medio del peor partido, y salió corriendo hacia el estacionamiento, porque no podían largarse sin un auto.

Tal como había imaginado, Connan la había sacado del bar y la tenía abrazada en el estacionamiento, mientras se apoyaba en el capó de coche.

–¿Qué nalga quieres que te toque, la izquierda o la derecha? –susurro él muy bajito. 3

–¡Me da igual, Connan, pero tócame alguna porque ya viene! – replicó Abby mientras cruzaba los brazos detrás de su nuca. 2

Las dos manos de aquel gigante se cerraron sobre sus nalgas, atrayéndola hacia él con gesto posesivo mientras sus bocas se encontraban. El beso más demandante y más corto de la historia, porque en menos de cinco segundos una mano tiró de la chaqueta de Abby, echándola hacia atrás, y el puño de Rex se estampó contra la mandíbula de Connan, haciéndolo tambalearse. 2

– ¡Pero que ni se te ocurra volver a besarla! –gruñó–.¡Mantén tus manos lejos de ella! ¡Te lo advierto!

Luego se echó a Abby al hombro como si fuera un fardo de patatas y la oyó protestar sin saber que a su espalda estaba lanzándole silenciosos besos al greñas. 1

Connan se frotó la mandíbula y estaba a punto de hacer un puchero cuando su teléfono comenzó a sonar.

–¡Hola, amor! ¡Ya vas a trabajar? –saludo zalamero– ...¿Cuidarla? ¡Por supuesto que la estoy cuidando, el tarado de Rex acaba de darme un puñetazo por su causa!... Sí, dos días más y te

aseguro que ella le pondrá una camisa de fuerza... ¿Y tú cuándo vienes? Te extraño... – Cinco minutos de mimos después colgó aquella llamada y suspiró frotándose el golpe—. ¡Lo que uno hace por los amigos! Y en parte tenía razón, porque mientras Rex conducía su auto a toda velocidad, solo podía pensar en que aquella mujer lo estaba volviendo completamente loco. Condujo en círculos pensando a dónde demonios llevarla, a su departamento no iba a regresar y tampoco sabía dónde se estaba quedando ella, así que acabó pidiendo una suite en el hotel Le Blanc.

Ni siquiera la miraba, estaba tan furioso por verla besando al greñas, que si la miraba iba a parar aquel carro el cualquier lugar y azotarle ese bonito trasero con toda la actitud. Así que cuando estacionó y se giró hacia ella, fue que se dio cuenta de que ya estaba completamente dormida.

Miró su reloj, eran las cuatro de la madrugada y ella debía estar exhausta después de la semana que había tenido. Rex sonrió, porque casi casi se veía tierna y frágil mientras dormía. La levantó en brazos con cuidado y se regodeó internamente cuando ella apoyó la cabeza en su hombro sin protestar. La llevó a la suite y la desvistió lo suficiente como para que durmiera cómoda antes de meterla a la cama y arroparla.

–Lo bueno es que duerme como una piedra –murmuro–. Lo malo es que cuando la piedra se despierte te va a aplastar, Rex. –Se desnudó también y suspiro mirando ese lado de la cama vacío junto a ella —. Bueno, nadie puede decir que no estás abierto a nuevas experiencias.

Y definitivamente si era una nueva experiencia el dormir con una mujer con la que jamás se había acostado. Se tumbó a su lado y rio porque ella era una “acurrucadora” natural, en menos de cinco

minutos eran un enredo de piernas y brazos y nada de sexo. Y aun así esa sonrisa triunfante no se borraba de la cara de Rex.

– ¡Al Diablo! –murmuró acariciando la espalda de Abby con suavidad, ¡Yo gané! 1

Tenía los ojos cerrados, así que no pudo verla sonreír, ni supo que la que realmente había ganado esa noche, había sido ella. Lo que sí fue demasiado evidente fue la alegría con la que despertó el exfutbolista. La llenó de besos y de mimos aun antes de que abriera los ojos y la vio estirarse como una pequeña gata. Era preciosa y él solo quería comérsela.

– ¿Te di permiso yo para toquetearme toda la noche? – protestó en broma mientras él se giraba sobre su cuerpo y encontraba sus labios con un beso coqueto y lleno de necesidad. – Para que conste, tú también me toqueteaste mucho, aunque menos de lo que quería – murmuró el acariciándola.

–¿Ya se te cayó el pito? —preguntó Abby y Rex se echó a reír a carcajadas—. Oye, debe ser la primera vez que duermes con una mujer sin tener sexo! ¿No te dolió?

–¡En el alma, loca, me dolió en el alma! ¡Pero igual dormiste conmigo y no con el greñas, así que me doy por satisfecho! – aseguró él y la atrajo más contra su cuerpo -. Pero ya, vamos a hablar de cosas bonitas. Pasa el día conmigo, ¿qué quieres hacer?

Abby le acarició el rostro, apartando un mechón rebelde de su cabello.

–Me voy. –¡No me jodas, Abby, necesitas conseguirte otra frase! –protestó él.

– No, es en serio, tengo un vuelo a las once de la mañana –dijo ella con suavidad y toda la felicidad de Rex se fue por retrete.

–Pero... ¿por qué? –Tengo que viajar a Nueva York, mi exposición en una de las galerías de la Quinta Avenida comienda en dos días, así que tengo que estar ahí para prepararlo todo. De verdad tengo que

irme.

Rex no pudo protestar frente a eso, era su trabajo, su arte, por supuesto que no podía pedirle que abandonara sus exposiciones por quedarse con él... pero quería hacerlo y eso era lo peor de todo.

Desayunaron juntos, mientras ella le contaba sobre el proyecto de Nueva York, y luego la llevó a su hotel, donde prácticamente tenía lista su maleta.

Rex sentía que estaba en una pesadilla de la que no lograba salir y que avanzaba demasiado rápido. En un momento estaba teniendo la mejor madrugada de su vida y al otro ella estaba documentando su maleta en ese aeropuerto, y cruzaba los brazos detrás de su nuca para atraerlo y darle el peor beso de despedida de la historia, simplemente porque lo dejaba queriendo mucho más.

–Fue lindo conocerte, Rex. Cuídate mucho – le sonrió Abby antes de decirle adiós, y cuando aquel avión despegó, todavía estaba en uno de los asientos del aeropuerto, aturdido.

Regresó a su departamento, pensativo y cabizbajo. Las gemelas ya se habían ido, así que lo primero que hizo fue cambiar el código de la puerta para que nunca más pudieran entrar. Se sentó en el borde de su cama y miró atrás. Allí se había acostado con decenas de mujeres… menos con la que de verdad le interesaba. Y ahora ella estaba en otra ciudad, en otra

exposición... con otra gente... olvidándolo.

Aunque eso no era del todo cierto, porque durante los siguientes dos días Abby Lawhe estuvo completamente concentrada en preparar aquella exposición, y la noche del estreno, apenas se paró en la puerta de su sala como anfitriona, la primera persona que entró era alguien que ya conocía muy bien: elegante, coqueto y sexy, capaz de robarle el aliento. –¿Qué haces aquí?–murmuró mientras él se inclinaba para darle un beso suave en los labios. –No voy a dejar que escapes de mí...


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